Carmen Aja escribe uno de los artículos del Ebook editado por LAWYERSPRESS
BUSCANDO LA IGUALDAD EN LA ABOGACÍA
De un tiempo a esta parte, las reivindicaciones feministas parecen haberse ganado el puesto de honor que siempre merecieron en la agenda social y política de nuestro país. La igualdad real entre mujeres y hombres está, por fin, en boga y comienza a adquirirse conciencia entre la ciudadanía de que, a pesar de los avances legislativos, continuamos viviendo en una sociedad machista.
En este momento de ebullición, con mucho por hacer, cabe preguntarse cómo está respondiendo la abogacía.
Cuando se habla de igualdad de género y abogacía suele aludirse al techo de cristal (o de hormigón, en algunos casos) que existe en los llamados “grandes despachos”. Efectivamente, basta echar un vistazo a los puestos de socios y socias para darse cuenta de que faltan mujeres. Y no porque no estén, porque cada vez hay más mujeres abogadas, sino porque no se las promociona adecuadamente. Lo mismo sucede con las remuneraciones que perciben y el prestigio profesional que, a día de hoy, pueden alcanzar en ese ámbito.
No obstante, me gustaría dedicar estas líneas al ejercicio autónomo de la abogacía. La mayor parte ejercemos de manera individual o en pequeños despachos colectivos. Cuando en estos ámbitos hablamos de igualdad de género, suele negarse la existencia de discriminación. Es moneda común en el campo profesional la creencia de que la discriminación se basa en dos actitudes: la brecha salarial y los puestos de responsabilidad. ¿Cómo vas a sufrir alguna discriminación cuando trabajas en solitario?
Esta visión, muy extendida y equivocada -ya que brecha salarial existe en todos los ámbitos de la abogacía-, está dejando fuera de plano mucha de nuestra labor diaria como abogadas. Porque no sólo somos abogadas en nuestro despacho, sino que ejercemos como tales en los juzgados y tribunales, en los colegios profesionales y en el trato con los clientes.
Los estereotipos de género están extendidos por toda la sociedad y la abogacía no es una excepción. Tal y como define la reciente y necesaria Guía Práctica para la abogacía sobre el enfoque de género en la actuación letrada : “los estereotipos de género son ideas simplificadas y fuertemente asumidas sobre características, actitudes y aptitudes que se atribuyen a hombres y mujeres por el mero hecho de serlo, es decir, etiquetas que nos colocan al nacer.”
Así, por el mero hecho de ser mujeres se nos juzga de manera diferente y se esperan de nosotras ciertos comportamientos o actitudes. En este sentido, se asume, por ejemplo, que ciertas habilidades de comunicación y relación con el cliente se nos van a dar mejor, cuando lo cierto es que en ningún momento de nuestra carrera profesional está previsto que se nos forme de manera específica en la relación y la confianza con el cliente.
En esta línea, se da por sentado que para ciertas ramas del Derecho como es el de Familia y el de Violencia de Género, contamos con habilidades innatas. Y, al revés, se considera que el mundo de la Asesoría Jurídica de la Empresa y el Derecho Mercantil, relacionado supuestamente con aspectos más “racionales” y con mayor calado económico, está mejor conducido por abogados hombres. Todo ello no son más que estereotipos de la sociedad que se proyectan en el trabajo diario de la abogacía.
Las habilidades de un buen abogado o abogada no tienen que ver con su género, sino con su valía y capacidad de resolver y satisfacer las necesidades del cliente sea en el ámbito que sea.
En mi caso, durante unos años ejercí como abogada laboralista en una asesoría jurídica de sindicato, donde tuve que soportar comportamientos que, estoy segura, no han tenido que soportar mis compañeros hombres. Así, por el hecho de ser mujer y joven he visto cómo:
- en negociaciones colectivas donde abogados de varios sindicatos y empresas tratábamos de llegar a un acuerdo, no se me prestaba atención, mientras sí se escuchaba respetuosamente a compañeros de mi misma edad;
- se me trataba con condescendencia y actitudes paternalistas por otros compañeros;
- se me explicaban aspectos básicos del derecho laboral en medio de una negociación;
- se hacían comentarios y alusiones sobre mi aspecto físico.
Es probable que otras compañeras se hayan visto identificadas en situaciones así. Y es que precisamente la Encuesta realizada por el Consejo General de la Abogacía sobre La igualdad de género en la Abogacía Española destaca que: “de las casi 67 mil abogadas españolas , aproximadamente 40 mil reconocen abierta y explícitamente haber sentido discriminación por razón de género a lo largo de su carrera y casi 28 mil ponen de manifiesto que esta situación se ha producido de manera recurrente por parte de sus propios compañeros de profesión.”
El ejercicio de nuestra profesión no es sólo uno de los pilares básicos para el Estado de Derecho, sino que, además, puede ser agente de cambio social. Por ello, hemos de ser conscientes de los estereotipos y discriminaciones implícitas que existen en nuestra sociedad. De no hacerlo, corremos el riesgo de replicarlos en nuestro trabajo cotidiano con clientes y compañeros.
La igualdad es tarea de todos y todas para poder responder a las expectativas que tiene la sociedad sobre nuestra profesión; y para que ejercer la abogacía suponga gozar de los mismos derechos y asumir idénticos deberes con independencia de nuestro género.
“Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie”.
Emily Dickinson